Puerto Rico no debe quedarse en la oscuridad » Yale Climate Connections

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Eran las 5:30 a.m. El cafecito se servía con cuidado, su aroma a grano de café, sinónimo del amanecer. Con las manos abrazando nuestras tazas, mi madre, mi padre, mi abuelo y yo nos sentamos en la cocina, generaciones reunidas bajo la luz parpadeante para hablar del día que comenzaba, felices de estar juntos para recibir el nuevo año.

Justo cuando empezábamos a compartir nuestras expectativas, las luces de la cocina titilaban. Luego, su resplandor se desvaneció. Un chasquido, seguido de un zumbido que se disolvió en un silencio ensordecedor. El apagón. Otro más. En la espesura de ese silencio quedó todo lo que mis familiares no dijeron. Manos temblorosas, suspiros de frustración y una oleada de ansiedad reflejada en sus rostros. Lo habían vivido antes. Pero no ahora. No hoy. Cualquier otro día, menos hoy.

Pasamos al modo de supervivencia, moviéndonos en sincronía mientras buscábamos los fósforos, encendemos velas, sacábamos el generador y salíamos en busca de gasolina. Nos aseguramos mutuamente de que todo estaría bien. Nos convencemos de que podríamos sobrellevar otro apagón más.

La historia de mi familia es la historia de los millones de puertorriqueños afectados por los apagones desde que LUMA, una empresa energética privada canadiense-estadounidense, asumió el control de la red eléctrica de la isla en 2017, tras el Huracán María, como parte de un esfuerzo por privatizar los recursos energéticos de Puerto Rico. A pesar de las promesas de desarrollar un sistema eléctrico robusto y eficiente, los apagones siguen siendo frecuentes, interrumpiendo la vida diaria en toda la isla. Pero estas fallas no son meras incomodidades; son síntomas de problemas sistémicos profundamente arraigados que ponen en riesgo la salud física y mental de los puertorriqueños.

Es comprensible que los medios de comunicación suelan centrarse en los efectos inmediatos y tangibles de los apagones: negocios cerrados, alimentos arruinados y el transporte público paralizado. Y el impacto económico de los apagones en la isla es realmente asombroso. Se estimó que el impacto económico inicial del huracán María ascendió a 55 mil millones de dólares. Muchos pequeños negocios, que ya luchaban en una economía frágil, tuvieron que cerrar tras apagones repetidos, empujando a más familias a la pobreza. Este círculo vicioso agrava aún más la precariedad económica de la isla, donde más del 40 % de la población vive en la pobreza.

Pero bajo estos problemas generalizados se esconde una carga aún más insidiosa: el impacto en la salud física y mental de los ciudadanos de Puerto Rico. Debido a los apagones, los hospitales luchan por mantener en funcionamiento equipos que salvan vidas, dependiendo de generadores de respaldo que también son propensos a fallar. En una isla donde muchas personas padecen enfermedades crónicas como cáncer, enfermedades cardiovasculares y diabetes, los apagones obligan a los ciudadanos a luchar por sus vidas, especialmente cuando dependen de medicamentos que necesitan refrigeración y de equipos médicos que requieren electricidad.

Los apagones también limitan significativamente el acceso al agua potable y al aire acondicionado, elementos críticos para la supervivencia en el clima tropical de Puerto Rico. Las enfermedades relacionadas con el calor aumentan durante los apagones prolongados, poniendo en riesgo a los más vulnerables. Investigaciones recientes han descubierto que la creciente dependencia de generadores diésel ha exacerbado enfermedades respiratorias como el asma.

Las escuelas sin electricidad confiable tienen dificultades para proporcionar un entorno de aprendizaje estable, lo que provoca retrasos académicos y un aumento en los sentimientos de desesperanza entre los estudiantes. Los padres, a su vez, enfrentan un estrés creciente mientras intentan mantener rutinas y proveer para sus familias. Para los ancianos y quienes padecen condiciones de salud mental preexistentes, la imprevisibilidad de los apagones agrava los sentimientos de aislamiento e impotencia, creando un peligroso ciclo de deterioro emocional.

Cada apagón, en efecto, es una retraumatización: un recordatorio aterrador de la vulnerabilidad y la inestabilidad. Para una isla con recursos sanitarios limitados, esta es una receta para el desastre. Si no se abordan esta crisis de salud, solo se profundizará, creando ciclos generacionales de malos resultados en la salud.

Puerto Rico necesita un sistema energético resiliente y sostenible para romper con este ciclo. La energía solar ofrece una oportunidad para sacar a la isla de la oscuridad. Un informe de la EPA de 2024 estimó que la infraestructura de energía solar podría generar hasta 350 millones de dólares en ahorros anuales para los hogares más vulnerables de Puerto Rico. Proyectos de energía solar comunitaria, donde los vecindarios comparten recursos, ya han demostrado su éxito en pueblos como Adjuntas, iluminando la posibilidad de estabilidad y prosperidad para los puertorriqueños.

Para realmente iluminar el futuro de Puerto Rico, el gobierno de Estados Unidos debe priorizar la modernización de la red eléctrica con infraestructura resiliente al clima. Aunque la administración de Biden ha hecho continuas promesas de implementar energía solar sostenible, los resultados han sido limitados. La administración de Trump parece estar retrocediendo en cualquier progreso logrado en infraestructura sostenible en la isla, eliminando por completo la energía solar y eólica de su definición de energía. Además, las recientes órdenes ejecutivas de Trump buscan revertir los esfuerzos de Biden hacia energías renovables sostenibles en favor de un retorno a los combustibles fósiles. Puerto Rico no puede sostener políticas que lo mantengan en la oscuridad. Es imperativo que la administración de Trump atienda y refuerce los impactos positivos significativos que la energía solar ha tenido en el bienestar financiero y social de Puerto Rico.

Mientras tanto, el gobierno de Puerto Rico debe responsabilizar a LUMA por sus prácticas y fracasos. Aunque el Negociado de Energía de Puerto Rico establece estándares de rendimiento para que LUMA pueda recibir incentivos, no impone ni hace cumplir sanciones por prácticas deficientes. Desde el Huracán Fiona en 2022, Puerto Rico ha sufrido aproximadamente 232 apagones bajo la gestión de LUMA, lo que ejemplifica la ineptitud desenfrenada de la compañía. El gobierno de Puerto Rico y el Negociado de Energía deben exigir una mayor calidad en el servicio y desempeño de LUMA, junto con repercusiones tangibles cuando esta empresa multimillonaria no cumpla sus promesas.

Sin duda, el proceso de garantizar un suministro energético estable y resiliente para mejorar la calidad de vida del pueblo puertorriqueño es complejo y tomará tiempo. Miembros de la comunidad, como mis padres y mi abuelo, ya han logrado avances significativos en la estabilización de Puerto Rico a través de la colaboración, la creatividad y la resiliencia. Pero el espíritu del pueblo puertorriqueño, por sí solo, no puede sostener una red eléctrica poco confiable.

Eliminar los apagones hará mucho más que mantener las luces encendidas; cambiará el rumbo del ciclo de sufrimiento de Puerto Rico.

Gabriel Cartagena es psicólogo clínico bilingüe, profesor asistente y líder del Programa de Psicooncología de Yale en la Facultad de Medicina de Yale y el Smilow Cancer Hospital. También es becario del Op-Ed Project Public Voices.

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