En las últimas décadas, dos fenómenos biológicos han transformado radicalmente el paisaje marino en el Atlántico y el Mediterráneo: las arribaciones masivas del sargazo en el Caribe y Golfo de México, y la expansión imparable del alga asiática Rugulopteryx Okamurae en el litoral español hasta las costas norteñas de Galicia, las costas de Portugal, el litoral norte africano, y a lo largo de las costas de Francia en el Mediterráneo. En las dos regiones, se ha convertido en el alga dominante en muchos lugares. Las invasiones biológicas marinas representan una de las mayores amenazas emergentes para los ecosistemas costeros del siglo XXI.
Rugulopteryx okamurae
En el mar Mediterráneo y a lo largo de la costa atlántica de Portugal y España, la expansión acelerada de Rugulopteryx okamurae, comúnmente conocida como alga parda asiática, nativa del océano Pacífico noroccidental, ha traído un enorme desajuste ecológico y económico, creando un problema de grandes dimensiones para los gobiernos costeros, la industria pesquera y el sector turístico.
Esta especie, originaria del Pacífico noroeste, constituye una bioinvasión en sentido estricto, introducida presuntamente a través de las aguas de lastre de buques mercantes. A diferencia del sargazo, cuya reciente proliferación se debe a desequilibrios ambientales, pero se trata de una especie endémica del Atlántico. Esta alga asiática es exógena, altamente invasora y con una capacidad clonal extraordinaria que la convierte en una amenaza persistente y de difícil control.
Los impactos de esta invasión son múltiples, ya que las especies invasoras son reconocidas como importantes contribuyentes a la pérdida de biodiversidad global, lo cual puede reducir la resiliencia de los ecosistemas, esta pérdida de diversidad entorpece la función ecosistémica de hábitats como las praderas de fanerógamas marinas y modifica la transparencia del agua por exceso de materia en suspensión.
Económicamente, supone una carga considerable para municipios costeros como Tarifa, donde los costes de recolección y pérdidas pesqueras superan los tres millones de euros anuales. Asimismo, se han reportado efectos adversos en la pesca artesanal y deportiva debido al taponamiento de redes y a la fuga de especies demersales (peces que viven cerca del fondo del mar o lagos). Socialmente, los arribaciones masivos generan olores desagradables, afectan el medio ambiente y deterioran el atractivo turístico de playas emblemáticas como La Caleta de Cádiz.
Varios expertos han sugerido que el aumento de algas invasoras en el mar Mediterráneo se encuentra vinculado con los efectos del cambio climático, especialmente el calentamiento acelerado de sus aguas. Este mar se calienta hasta tres veces más rápido que la media global, lo que genera condiciones favorables para la colonización de especies tropicales o subtropicales que antes no podían establecerse en la región.
Diversos estudios han mostrado que este proceso de “tropicalización” debilita ecosistemas clave, como las praderas de Posidonia oceánica, y abre espacio a la expansión de macroalgas invasoras como Rugulopteryx okamurae, cuya tolerancia térmica le permite proliferar en amplios rangos de temperatura. Por tanto, el calentamiento de las aguas y los factores antrópicos, no solo favorecen la llegada de estas especies, sino que agravan sus impactos ecológicos y socioeconómicos, comprometiendo la biodiversidad, la pesca y el turismo en la región.
En 2015, esta alga fue observada por primera vez en Ceuta, una provincia española ubicada en el continente africano. Estudios recientes han documentado su presencia en todas las comunidades autónomas españolas con salida al mar, salvo Baleares, y su densidad ha alcanzado niveles sin precedentes hasta en las praderas de posidonia puede haber entre 1.000 y 3.000 de ellas por metro cuadrado. El ciclo reproductivo es enteramente asexual, con seis generaciones al año, lo que propicia un crecimiento exponencial sostenido.
El Sargazo en el Caribe y el Golfo de México
En contraste, la proliferación de sargazo en el Atlántico tropical y subtropical, si bien genera problemáticas similares en términos de arribazones y colapso de servicios ecosistémicos costeros, responde a una lógica distinta. Sargassum natans y Sargassum fluitans son especies autóctonas del Atlántico que han experimentado un crecimiento desmedido desde 2011, asociado a un conjunto de factores climáticos y antrópicos: aumento de nutrientes fluviales que provienen de las Amazonas y el Orinoco, mayor temperatura superficial del mar, alteraciones en las corrientes oceánicas y fertilización por polvo sahariano.
El sargazo no invade ecosistemas nuevos, sino que altera los suyos propios al formar la región conocida como el Gran Cinturón Atlántico de Sargazo, desde donde deriva hacia el Caribe, el Golfo de México y África Occidental, ayudado por los vientos Alisios.
No todo es mala noticia
Estas algas se pueden utilizar para productos útiles como fertilizantes, bio-plásticos, elementos farmacéuticos y pastas dentales, pero el continuo aumento de las temperaturas de nuestra atmósfera y aguas, la invasión de estas algas sigue siendo un gran problema.
Ambos fenómenos tienen en común la dificultad de gestión costera que imponen. Si tomamos en cuenta que el principal vector de introducción de especies marinas es el transporte marítimo, la apertura de nuevos canales, la acuicultura, la pesca, los mariscos vivos, las actividades turísticas, la investigación y la restauración del hábitat. Por lo cual los gobiernos regionales y locales, deben establecer controles estrictos para evitar estas invasiones.
Tanto el sargazo como el alga asiática nos traen un mismo desafío: la fragilidad del equilibrio marino frente al calentamiento de los océanos, que puede ser el elemento común en ambos casos. Además de la sobre explotación, globalización del transporte marítimo, la gestión deficiente de los residuos marinos y la contaminación de los océanos. Si bien su naturaleza biológica de estas algas y origen difieren, sus impactos convergen en una advertencia común: la salud de nuestras costas y de los mares depende de nuestra capacidad de anticipación y gobernanza ambiental.